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América Latina discute creación de moneda común para comercio regional

El debate sobre la posibilidad de establecer una moneda común para América Latina ha ganado fuerza en los últimos meses, impulsado por la búsqueda de mayor integración económica, la reducción de la dependencia del dólar estadounidense y la necesidad de fortalecer el comercio intrarregional. La iniciativa, aunque todavía en fase exploratoria, ya divide opiniones entre gobiernos, economistas y empresarios.

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La idea de una moneda compartida en América Latina no es nueva. Desde la década de 1990, en paralelo con el surgimiento del euro en Europa, algunos líderes regionales plantearon un instrumento similar para facilitar las transacciones comerciales. Sin embargo, las asimetrías económicas, las recurrentes crisis financieras y la inestabilidad política de la región dificultaron cualquier avance concreto.

En 2023, Brasil y Argentina retomaron formalmente las conversaciones, proponiendo un mecanismo inicial que no sustituiría las monedas nacionales, sino que funcionaría como unidad de cuenta y medio de pago en el comercio bilateral. El proyecto, bautizado provisionalmente como “Sur”, generó expectativa pero también dudas sobre su viabilidad.

Con el paso del tiempo, otros países mostraron interés en unirse a la discusión, entre ellos Uruguay, Paraguay, Bolivia y Venezuela, aunque con distintos grados de entusiasmo y escepticismo.

Los defensores de la propuesta destacan varios argumentos clave:

  • Reducir la dependencia del dólar. Actualmente, más del 70% de las transacciones comerciales en América Latina se realizan en dólares, lo que expone a los países a la volatilidad de la moneda estadounidense y a las decisiones de política monetaria de la Reserva Federal.
  • Fortalecer el comercio intrarregional. El intercambio entre los países latinoamericanos representa apenas el 15% del comercio total de la región, muy por debajo de los niveles de Europa o Asia. Una moneda común podría abaratar costos y facilitar el flujo de bienes.
  • Mayor autonomía financiera. La creación de un instrumento regional podría reducir la vulnerabilidad frente a sanciones internacionales y choques externos.
  • Atracción de inversiones. Al ofrecer un mercado más integrado y previsible, la región podría volverse más atractiva para inversionistas extranjeros.

No obstante, la iniciativa enfrenta serios desafíos. Economistas consultados señalan que la región carece de la homogeneidad macroeconómica que facilitó la creación del euro. Mientras países como Chile o Uruguay mantienen inflaciones relativamente bajas y disciplina fiscal, otros como Argentina o Venezuela atraviesan crisis severas, con alta inflación y volatilidad cambiaria.

“El problema principal no es técnico, sino político y económico. América Latina no cuenta con instituciones regionales sólidas ni con un nivel de convergencia macroeconómica suficiente para sostener una moneda común”, explicó la economista mexicana Laura Salazar, especialista en integración regional.

Además, existe el temor de que países con economías más estables terminen subsidiando a los más frágiles, lo que podría generar tensiones y desconfianza. La experiencia de la Unión Europea, marcada por crisis de deuda como la de Grecia, es vista como un ejemplo de los riesgos que implica un proyecto de este tipo.

Las posiciones de los gobiernos también son dispares. Brasil, la mayor economía de la región, impulsa la idea como un paso hacia una mayor integración, aunque enfatiza que no se trata de eliminar el real, sino de crear una herramienta complementaria. Argentina, golpeada por la inflación y la falta de reservas, ve en la propuesta una salida para aliviar la presión sobre el dólar.

México, en cambio, se ha mostrado distante, priorizando sus lazos con Estados Unidos y el T-MEC. “No creemos que en este momento una moneda común sea la respuesta. Nuestra prioridad es consolidar la competitividad en América del Norte”, señaló recientemente un funcionario de la Secretaría de Hacienda mexicana.

En los países más pequeños, como Uruguay y Paraguay, predomina la cautela. Mientras algunos sectores empresariales ven ventajas en reducir los costos de transacción, otros temen perder autonomía monetaria.

El sector privado latinoamericano mantiene una postura dividida. Grandes exportadores agrícolas y manufactureros reconocen que una moneda común podría simplificar el comercio y disminuir los riesgos cambiarios. Sin embargo, pequeños y medianos empresarios temen que la transición genere incertidumbre y costos adicionales.

“Si el objetivo es facilitar el comercio, podría ser positivo. Pero debemos evitar repetir errores como los del Mercosur, donde la falta de coordinación generó más obstáculos que beneficios”, comentó Ricardo González, empresario paraguayo del sector textil.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial han observado el debate con cautela. Aunque reconocen la importancia de buscar mecanismos que fortalezcan la integración regional, advierten que la prioridad debería ser consolidar las economías nacionales y mejorar la estabilidad macroeconómica.

Por su parte, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) considera que la discusión es válida y que podría iniciarse con un sistema de compensación de pagos más robusto, antes de dar el salto hacia una moneda común plena.

La región ya cuenta con antecedentes en esta materia, como el Sistema Unitario de Compensación Regional de Pagos (SUCRE), impulsado por la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) a finales de la década de 2000. Sin embargo, su alcance fue limitado y prácticamente dejó de funcionar con el colapso económico de Venezuela.

Otro ejemplo es el Sistema de Pagos en Moneda Local (SML), utilizado entre Brasil y Argentina, que permite a empresas realizar transacciones sin necesidad de dólares. A pesar de su vigencia, su uso sigue siendo reducido frente al volumen total del comercio bilateral.

En la última cumbre de presidentes sudamericanos celebrada en Brasilia, el tema volvió a la agenda. Los mandatarios acordaron crear un grupo de trabajo para estudiar los aspectos técnicos y políticos de la propuesta, incluyendo la posibilidad de un banco central regional y mecanismos de convergencia fiscal.

Aún así, los expertos consideran que se trata de un proyecto de largo plazo. “Hablar de una moneda común en América Latina es un horizonte de al menos dos décadas. Lo inmediato debería ser mejorar los sistemas de compensación, ampliar el uso de monedas locales en el comercio y fortalecer las instituciones regionales”, opinó el economista chileno Fernando Lagos.

En las calles, la iniciativa genera curiosidad, pero también escepticismo. “Me parece bien que busquen alternativas al dólar, pero no confío en que los políticos de la región logren ponerse de acuerdo”, dijo Mariana Torres, una estudiante argentina. En Brasil, algunos ciudadanos temen que la propuesta termine devaluando el real. “No quiero que pase lo mismo que con el euro y Grecia”, comentó el comerciante paulista André Souza.

La discusión sobre una moneda común latinoamericana refleja el anhelo de una mayor integración regional, pero también expone las profundas diferencias y desafíos que enfrenta el continente. Si bien la idea puede generar beneficios en términos de autonomía financiera y comercio intrarregional, su concreción dependerá de la capacidad de los países para superar sus desequilibrios económicos y construir instituciones sólidas.

Por ahora, la moneda común sigue siendo un proyecto en debate, cargado de simbolismo político y de incertidumbre económica. El tiempo dirá si América Latina está dispuesta —y preparada— para dar este ambicioso paso hacia la integración.

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